Lo admiraba, lo idolatraba, lo imitaba, lo
amaba tanto, tanto… que el día que al fin la vida los cruzó no pudo
evitar quedarse con la suya.
El Hijo ejemplar.
Attilio Romero es un joven de 18 años,
nacido en el ceno de una de las familias mas acomodadas de Turín,
su padre era un gran médico especializado en psicología. Attilio sabe
que su vida se encaminará hacia el mismo destino. Pero por ahora ni se
le cruza la idea de ir a la universidad, él quiere ser futbolista
y jugar en el Torino, club del cual es un ferviente hincha y en
donde juega el hombre que le quita el sueño, Luiggi Meroni, su
ídolo. A tanto llegaba la admiración de Attilio por Luiggi que lo
imitaba en su forma de vestir y en su look, y a tal
punto llegó a mimetizarse con él que la gente por la calle lo confundía
y lo paraba para pedirle autógrafos.
El Ídolo popular
Luiggi Meroni nació en la ciudad de Como en
febrero de 1943, luego de hacer la inferiores en el club de su ciudad
(de nombre homónimo) paso al Torino. Los lujos de una ciudad tan
imponente como Turín no pudieron cambiar su alma de bohemio. Es que
Luiggi era tan distinto en la cancha como fuera de ella, por eso poco le
importaba caminar por las sofisticadas calles turínesas paseando a su
mascota… ¡una gallina!. Para Meroni la vida no se limitaba al fútbol y
por eso cuando las prácticas y los partidos lo
dejaban, se encerraba en su departamento a dedicarle tiempo a su otra
pasión, la pintura. Giggi, así lo apodaban, lucía el cabello
desprolijamente crecido, unos bigotes, tan anchos como revolucionarios,
y era fanático del jazz y de los Beattles. Condimentos mas que
suficientes como para seducir a cualquier jovencita de la alta sociedad.
Cristiana fue la elegida y con ella convivió en su casa hasta que el
padre de la niña, un poderoso empresario, no soporto más la situación y
lo obligo a casarse . Allí Meroni saco a relucir su mejor arma, la
gambeta, y del altar pasó a las tapas de las revistas del corazón que se
hicieron un banquete con el desplante que Giggi le hizo a su, hasta
entonces, amada quien sintió como el mundo se le caía encima al verse
sola en la inmensidad de la catedral de Turín. Luiggi era así, un ídolo
y a lo ídolos se los ama y odia por igual.
El encuentro. El final…
La tarde del 15 de octubre de 1967 el Torino,
jugando de local en el estadio Comunale, derrotó a la Sampdoria y
Giggi dio otra demostración de todo lo que sabía con el balón en
los pies. A la salida y aún eufórico por la exhibición que había echo su
ídolo, Attilio se subió a su auto y condujo con destino a su casa, eso
creyó. Pero sin saberlo iba directo al hecho que
marcó para siempre su vida y la de miles de hinchas del Torino. Fue en
la calle Rey Humberto cuando Attilio vio como un fantasma salía de
ninguna parte e iba a parar debajo de las ruedas delanteras de su auto.
Sintió el cimbronazo y supo que algo malo había echo, bajó y vio un
cuerpo debajo de su auto. Lo giro y cuando vio esos bigotes frondosos
cruzando la cara de ese hombre con los cabellos tan dezprolijamente
crecidos, se quiso morir. Él, justo él fue quién terminó con la vida de
aquella persona que lo hacía soñar cada fin de semana, él fue quién
atropelló al hombre que le hacia creer que podía esquivarle a un destino
de médico, él justo él... mató a Luiggi Meroni.
Al funeral asistieron miles de fanáticos, y su
féretro fue paseado por la ciudad y exhibido en el centro del estadio
Comunale. Para la justicia fue un accidente, por eso Attilio no sufrió
condena alguna, pero esto no fue un aliciente para él. Attilio nunca
pudo perdonarse aquello y terminó internado en la clínica psiquiatrica
de su padre bajo tratamiento. Una terapia de la que le costó casi 10
años salir.
El empresario exitoso
Si de algo le valió a Attilio aquel incidente de
su adolescencia fue para esquivar el legado familiar de la medicina,
puesto que una vez recuperado se inclinó por las ciencias económicas y
trabajo durante casi 30 años en el departamento de relaciones exteriores
de la FIAT. Puesto al que renunció cuando su amigo, el empresario
Francesco Ciminelli adquirió el Torino y le ofreció la presidencia a
Attilio, quién aceptó gustoso y con el ascenso a la Serie A en la
temporada 04/05 pudo consumar su revancha y quedar en paz con uno de sus
grandes amores. Con el otro será imposible.
¿Cuál es el límite entre el amor y la
obsesión?. Y ¿Cuál el límite entre el querer parecer
y el querer ser?... seguramente no hallemos una respuesta convincente.
Es que tal vez el límite entre ambas cosas sea tan estrecho como el que
existe entre la Vida y la Muerte.