Grubach
revolvía su quinto café amargo, un gesto incorporado de tiempos en que solía
beberlo dulce. Estaba de pie en el pasillo cuando vio pasar a López gritando:
"¡Lo tenemos!"
El departamento de policía se transformó repentinamente en un avispero. El
inspector se calzó el saco en un solo movimiento y salió lanzado hacia la
puerta donde el jefe lo detuvo.
-Va a ser mejor que te quedes aquí.
Grubach sonrió con una mueca tosca como si se tratara de una broma.
-En serio -dijo el jefe- paso algo terrible. Te mantendremos informado.
El inspector se sintió confundido, todos corrían a su alrededor.
-¿Qué pasa?
El jefe lo sujetaba del brazo mientras daba ordenes a los móviles que partían
rumbo a la avenida Costera dejando atrás estelas de caucho quemado sobre el
pavimento. Grubach no salía de su asombro.
-Ya lo tenemos- le dijo el jefe en tono de confidencia.
-¿Qué pasa?
-Tu mujer. Estrella...
El viejo policía no terminó de pronunciar el nombre cuando Grubach voló hasta
el automóvil. A partir de allí el inspector no escuchó nada más y arrancó
el motor para salir lanzado como un halcón.
Al llegar al complejo de apartamentos donde hasta hace poco vivía con Estrella,
las luces se batían por decenas rebotando contra las paredes atardecidas del
suburbio.
Grubach subió de a cinco escalones hasta llegar a la puerta abierta de lo que
hasta hace poco era su hogar. En el interior estaba toda la policía de la
ciudad. Intentaron detenerlo, pero nadie pudo contra la fuerza irracional de la
desesperación. Entró a la habitación en el momento en que los de la morgue
hacían su trabajo. El inspector apartó a todos, tomó el rostro de Estrella y
beso sus labios helados. Luego, el mismo, cerró la bolsa que guardaba lo que
quedaba de aquella mujer que alguna vez le había hecho cabalgar el corazón.
En los pasillos se escuchaba el ir y venir de los uniformados. Grubach estuvo
unos segundos en silencio, quieto. En ese instante miles de recuerdos, miles de
situaciones, miles de palabras le bombardearon el cerebro. Recordó a Estrella
en momento buenos y malos, pensó en detalles, en viejos regalos sin valor, en
olvidos, en la chispa que salía de su mirada cada vez que algunas pequeñas
cosas la hacían feliz.
El inspector se puso de pie repentinamente, desenfundó su arma y salió al
pasillo del edificio. Un policía que no lo reconoció le dijo sin mirarlo: -
Vamos, está arriba, en la azotea, unos vecinos lo vieron subir.
Todo se movió rápido. El rostro de perro salvaje que se apoderó de Grubach
parecía una imagen irreal. Él mismo pateó la puerta última y salto a la
oscuridad de la cima de la torre. Salió como si ya nada le importara, como si
matar o morir en aquella terraza perdida en la ciudad, fuera exactamente lo
mismo.
Todo fue inútil, revisaron todo el edificio al detalle y el asesino no había
dejado rastros. Cuando ya casi todos los móviles se habían retirado y sólo
quedaba Grubach, buscando en la terraza una explicación que sabía no iba a
encontrar, un oficial le entregó una carta.
- Tenía su nombre Inspector.
- Sí.
- La debe haber dejado la señora antes de que todo esto pasara.
Grubach supo que no era la letra de Estrella, pero no dijo nada.
- Nosotros ya nos vamos, el Jefe dijo que nos acompañe.
- No, gracias, me voy a quedar aquí.
- Pero el juez dio orden de no tocar nada y el Jefe nos dijo que ...
- Ya sé, les dijo que no me dejaran sólo. Pero estoy bien. Es mi
responsabilidad, y también es una orden: retírense y no se preocupen,
no tocaré nada. Estaré bien.
Cuando ya no quedaba nadie, y la oscuridad había vuelto a aquella parte de la
ciudad, Grubach desplegó la carta junto al cartel que destellaba de rojo cada
tres segundos
iluminando de un modo tenue toda la azotea.
"Ella estaba sufriendo. Desde que su amor la había dejado se sentía muy
sola. La depresión no es buena compañera. Solía llorar, solía sufrir.
¿Quién sabe que maldito le hubo de romper el corazón? Pero ya no va a sufrir
más: Gracias a mí ha encontrado la luz"
El Inspector apretó el papel con una mano y clavo la mirada en el cielo negro
de la noche. Después de sentarse y estar un largo rato con su frente en las
rodillas, bajo las escaleras con paso cansado y subió a su automóvil.
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