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La habitación estaba a
oscuras. Grubach, como buen policía, no tenía el sueño pesado y en cuanto sintió ruido
en la entrada de su departamento abrió los ojos. Tomó el revólver que descansaba sobre
la mesa de luz y se colocó sigilosamente detrás de la puerta del cuarto que permanecía
entreabierta. Una luz se encendió en el otro ambiente. Una sombra se proyectó sobre el
pequeño listón de piso alfombrado que él veía a través del marco bisagrado. Los pasos
se dirigieron suaves y seguros hacia el dormitorio. Grubach, preparado como un perro de
caza listo para atacar. El aire se movió. La puerta se abrió hasta casi rozar la nariz
del oculto dueño de casa. Alguien ingresó a la habitación. Rápido movimiento. Grubach
cerró la puerta de un golpe, apuntó con firmeza al huésped y encendió la luz del
cuarto.
Un grito corto, de terror sorpresivo, recorrió con voz femenina todo el departamento.
- ¿Qué hacés acá? - Preguntó la mujer con un tono que transparentaba una combinación
de susto con enojo.
- Vine a ver si me engañabas con alguien - Dijo el inspector sonriendo.
- Hablo en serio idiota. Me asustaste. Vengo del trabajo, cansada, y nunca sé si vas a
estar, si vas a quedarte a dormir, si vas a estar cuando me despierte o si me van a llamar
por teléfono para decirme que algún ratero te pegó un tiro en la cabeza. Como si eso
fuera poco, al señor policía no se le ocurre mejor idea que esperarme escondido entre
las sombras.
- Perdón, perdón - Dijo Grubach al tiempo que dejaba el arma sobre la cómoda y se
acercaba a ella para calmarla.
- No importa, estoy acostumbrada a convivir con Dick Tracy. Tengo sueño y el día en la
cafetería no fue de los mejores. Si tenés hambre hay fideos en la heladera.
Estrella es la segunda mujer de Grubach. Una dama de unos 35 años, tintura rubia en la
cabeza, delgada, pálida y rasgos delicados, de estatura mediana y de carácter fuerte.
Hace siete años que viven juntos y hace seis que no se llevan muy bien. Sin embargo nadie
puede dudar que se quieren. Ella trabaja en la cafetería de la calle Main y Costera desde
que tenía 17 años. Allí conoció a Grubach que, como todo elemento de seccional cuarta,
era cliente del lugar.
Estrella entró al baño. Seguía hablando sobre el recurrente tema que la mostraba
enojada: su vida antes y después de convertirse en la pareja de un policía. Grubach se
sentó en el borde de la cama. El borde de la mitad que tácitamente le correspondía. Se
quitó la camisa mientras escuchaba, sin prestar atención, las vociferaciones de
Estrella. Sobre la mesa de luz, el reloj de números rojos marcó las 0:47. El teléfono
sonó.
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