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El inspector Grubach llegó a
la escena del crimen. La cortada mostraba una cinta policial que impedía el paso, luces
de móviles de la seccional más cercana y una oscuridad sólo quebrada por la tenue luz
de la puerta lateral de un restaurante chino. Calle 57 y Avenida Costera.
Grubach se dirigió, al tiempo que encendía un cigarrillo, a
donde se encontraba el inspector López que, junto al fotógrafo y a un par de camilleros
de la morgue, observaba profesionalmente el desagradable paisaje. Un hombre caucásico, de
unos 45 años, alto, calvo, corpulento, con lentes oscuros, traje gris y un prolijo corte
en la garganta.
-¿Qué pasó? Preguntó Grubach mirando el cuerpo tendido a mitad del callejón.
- Mayer. Es el cuarto pesado que cae este mes. Todos de la misma forma. Alguien nos está
sacando el trabajo - Contestó López, mientras anotaba cosas en su libreta.
- Son las 23:45, hace treinta y seis horas que no duermo. Este barrio es un nido de ratas,
López, prefiero el caso del asesino de prostitutas a una posible guerra entre hampones
venidos a menos. Nos vemos mañana - Grubach, palmeó el hombro de uno de los oficiales
que marcaba con tiza la posición del cadáver y se retiró hacia su automóvil; un
Chevrolet 71 bastante deteriorado.
Llegó a los departamentos de la 88 y Costera, subió las escaleras arrastrando los pasos
y abrió la puerta del tercero "F". Dos ambientes, hogar dulce hogar, debajo de
esas latas y esos cartones de cajas de pizza estaba su cama. Corrió con el brazo los
restos de basura y se desplomó sobre las dos plazas del castigado colchón. Cuando estaba
conciliando el sueño un ruido de llaves lo sobresaltó.
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