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El
número seis apareció la madrugada de un jueves helado, un día de esos que hasta los
asesinos pueden llegar a plantearse posponer sus actividades hasta que mejore el clima.
Grubach había ido con Estrella, su mujer, a una fiesta de casamiento. La hija de Lorenzo
Rongulf, un oficial retirado amigo del inspector, se casaba y Grubach no podía faltar a
pesar del malhumor que le había demostrado Estrella; malhumor que según ella se basaba
en las circunstancias: no salían nunca y una vez que Grubach se lo proponía era para ir a un
casamiento donde no conocería a nadie y encima en un día que hasta los perros callejeros
se quedarían en sus casas si las tuvieran.
Cerca de las tres de la mañana Grubach y Estrella llegaron de la
fiesta. Casi sin
dirigirse la palabra se acostaron. Grubach soñaba que iba a dormir hasta soñar. El
teléfono sonó. A las cinco estaba en el pasillo de uno de los viejos edificios de la
zona sur de la ciudad. Su piloto, húmedo por la llovizna, goteaba a dos metros del cuerpo
sin vida de Raimundo Cipreses, un chico de unos diecisiete años que hacia dos meses
había perdido a su madre en el hospital y a su padre en un tiroteo con la policía. El
cuerpo estaba en medio del corredor lúgubre, de su cabeza salían rayos de sangre reseca
sobre el frío suelo como dibujando un sol macabro propio de la bandera de la muerte. El
puñal había entrado en su nuca, un solo golpe. Hubo fotos, una camilla de metal, varios
cigarrillos, policías desconcertados, lo de siempre.
El velatorio del número seis sería especial, no por las cuestiones que hacen a ese tipo
de ceremonias, sino porque hubo más gente de la prensa que conocidos y allegados al
muerto. La semana siguiente a aquella fue un verdadero infierno para los relacionados con
el caso. El jefe no quería ver más su nombre en los diarios, los federales amenazaban
con intervenir, no había pistas nuevas y los policías, sobre todo Grubach, eran
presionados por los cuatro costados para obtener resultados lo más pronto posible.
Después de una semana el número seis dejo de ser noticia, el viernes (exactamente un
día después de cumplirse una semana de su deceso) ya era el anteúltimo. El número
siete aparecía en el centro de la escena.
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