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Durante casi dos semanas
los teléfonos del departamento de policía registraron casi un centenar de llamadas de
personas que decían saber quién era el asesino que mantenía en vilo a la cuidad. Hubo
una mujer que denunció a su ex marido. Hubo quién denunció al profesor
Stonewood, pero
resultó ser una broma de uno de sus alumnos. De los casi cien llamados, cerca de sesenta
habían sido investigados sin resultados, y el resto pasó a formar parte de los anales de
las denuncias ridículas; alcanza para ello citar el ejemplo de un tal Frank Lester que
dijo que el asesino era el espíritu reencarnado de Burbage, un actor inglés del siglo
XVI, que buscaba venganza por haber sido opacado por la fama de Shakespeare. La llamada
partió del hospital psiquiátrico, y eso alcanzó para que no se continuara investigando.
Los diarios seguían el caso de cerca, la gente seguía el caso por los diarios y la
policía cerraba ese círculo sin encontrar que las investigaciones se encaminaran hacia
una solución. Mientras tanto, en una habitación del hotel Los Cuatro Reyes, aparecía la
séptima víctima. La encargada de limpieza ingresó a la habitación 104 a las diez de la
mañana y dio un grito que conmovió a todos los huéspedes. ¿Cómo pudo ocurrir aquello
sin qué nadie escuchara nada, sin que nadie haya visto entrar o salir a ningún extraño?
Claud
Sheller, un viajante de cuarenta y dos años, presentaba una puñalada en la
garganta y ambas manos estaban atadas a la cabecera de la cama con finos cordeles dorados.
Su rostro estaba tapado con la almohada y dos notas colgaban desde cada uno de sus
índices clavadas con alfileres de cabezas perladas.
La primera explicaba que aquel hombre había abusado de su hija y que su vida se había
destruido por eso. Su mujer lo había denunciado ante la justicia y, luego de él haber
declarado que estaba enamorado de su hija, fue confinado durante cinco años a un
tratamiento psiquiátrico estricto que lo devolvió a la sociedad hacía seis meses. La
nota agregaba: "Este hombre ahora está curado".
La segunda nota, que pendía del otro índice, decía: "Ya no va a sufrir, gracias a
mí encontró la luz". Y sobre un costado del acolchado, donde reposaba el cuerpo del
muerto, la palabra PAX escrita con sangre parecía la firma de la macabra obra.
Luego de algunas averiguaciones, Grubach verificó que los datos, que sobre la víctima
había dado el asesino, eran ciertos. Claud Ernest Sheller, había sido procesado por
aquel delito y había también sido declarado inimputable por insania mental cuando
declaró que no había sido un acto de perversión el que lo había llevado a cometer esa
falta sino que en realidad estaba perdidamente enamorado de su hija (foja 18 del acta 1 en
la declaración realizada a instancias del juzgado penal número...). El caso Sheller
tenía más de cinco años, los diarios no se habían ocupado de él, por lo tanto la
información que tenía el asesino sólo podía haber sido extraída de dos fuentes:
conocidos de la víctima o las carpetas del juzgado. La ciudad de donde el hombre
provenía estaba a doscientos kilómetros y se descartaron las dos opciones. Una tercera,
la pista más fuerte desde que se comenzó la investigación, fue el nuevo centro de las
pericias. Según esta el asesino debió enterarse de todo esto por boca del propio Sheller
¿Pero que relación uniría a Sheller con su victimario para confesarle tan turbio
pasado?
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