Grubach
y López entraron a la seccional. En la mesa de entrada el oficial de guardia trataba de
calmar a una mujer mayor que, en salto de cama y pantuflas, insistía en que enviaran un
móvil a su vecindario para callar el sonido de una trompeta que no la dejaba dormir. En
uno de los bancos laterales, lo de siempre, dos prostitutas que entre risotadas juraban
ser damas respetables y un borracho que no tenía conciencia de donde se encontraba.
Grubach se sentó a revisar unos papeles en su escritorio mientras López servía dos
cafés quemados, de la máquina eléctrica, en vasitos de plástico.
Del otro lado de una mampara de madera y vidrio, la oficina del jefe. La puerta se abrió
y se escuchó una voz de lija que nombró sus apellidos.
Grubach y López se miraron, dejaron de hacer lo que estaban haciendo y caminaron hacia la
oficina con cara de saber lo que les esperaba.
El jefe, un tipo alto,
morrudo, de grueso bigote, calvo y notable adicto al tabaco, se
sentó en su sillón y habló.
- ¿Ustedes dirán qué hago aquí a esta hora cuando podría estar en mi casa
descansando, verdad?
Los inspectores se miraron, seguramente pensando lo mismo. El jefe continúo hablando.
- Pasa que estamos en problemas. ¿Soy claro? ¿Saben de qué hablo, no?
- Sí. Estamos trabajando en eso, jefe- dijo López con tono de eficiente policía.
Grubach prefirió guardar silencio. El jefe los miró a los dos con expresión de perro
enojado y sacó una nota del cajón de su escritorio.
- En menos de dos meses: cuatro muertes que siguen un mismo patrón, un asesino serial que
firma sus obras y ni la más mínima pista ¿A eso le llaman trabajar?
López trató de excusarse, pero nada se le ocurrió, Grubach encendió un cigarrillo.
- Esto llegó hoy a mi oficina- dijo el jefe revoleando un papel sobre el escritorio.
Los dos inspectores lo tomaron y comenzaron a leerlo.
- Quiero que esto se acabe ya ¿Entienden? Antes que la prensa lo haga famoso lo quiero
encerrado.
- ¿Podemos quedarnos con esto?- dijo Grubach levantando el papel.
- Hagan lo que quieran, pero hagan algo para detener esto.
Los inspectores salieron de la oficina con el papel. Un papel arrugado que, escrito con
tinta roja y tipografía casi indescifrable decía: «Que más da, ya no van a sufrir.
Gracias a mí, encontraron la luz».
-
capítulo siguiente >>>
|