-Mejor
vamos a la cafetería, López- dijo Grubach con tono de frustración.
-Sino fuera por casos como estos la cosa sería bastante aburrida, viejo- agregó López
mientras se retiraban luego de firmar en la mesa de entrada de la seccional.
- Claro. Eso siempre y cuando las víctimas sean números, desconocidos, parte del
trabajo.
López no contestó y con una mueca de indiferencia convidó un cigarrillo a su
compañero.
La cafetería, mantenía su
aspecto de madrugada. Lucy, dormitaba sobre la barra después
de una noche larga de servir café y comidas rápidas. El dueño: un hombre gordo, de
dorada cadena al cuello, simpático sólo con los viejos clientes y con los codos apoyados
sobre la registradora les dio la bienvenida.
- Venimos a arrestar a un gordo que levanta apuestas- soltó López con cara de humorista
mediocre.
- Volviste a perder, policía- respondió el lustroso sujeto con una sonrisa que mostraba
la ausencia de algunos molares.
Lucy se desperezaba sobre el mostrador: -¿Qué van a tomar?
- Dos cafés- respondió Grubach mientras se acomodaba en la barra.
- No tendrían que andar por ahí atrapando ratones- siguió, con tono de broma, el gordo.
- Ehhh, no todo es trabajo, amigo; a veces los dejamos descansar- cerró el diálogo
López.
Grubach estaba preocupado y se le notaba; López parecía más relajado. Cuando estaban
terminando el café las luces azules de un móvil policial entraron por los ventanales
barriendo todo el paisaje de la casi desierta cafetería.
- Ah, trajeron refuerzos, muchachos- dijo el gordo como para dar aviso.
Dos oficiales entraron al local y saludaron a los cuatro trasnochados.
- ¿Alguna novedad?- preguntó López.
- No señor- respondió uno de los oficiales.
- Dos cafés- agregó el otro uniformado dirigiéndose a Lucy.
Grubach pagó y López hizo un par de malos chistes antes de retirarse.
Los inspectores se saludaron en la puerta de la cafetería y cada uno se dirigió a sus
vehículos.
Después de un rato Grubach volvía a su departamento. Entró con el papel que el jefe les
había dado en la seccional en las manos. Eran las 6: 30 a.m..
Grubach se sentó en el borde de la cama y trataba de leer más de lo que el papel decía:
«Que más da, ya no van a sufrir, gracias a mí encontraron la luz». Estrella dormía,
amanecía y por la ventana entraban los primeros rayos del sol. «Tengo que arreglar esa
maldita persiana» pensó Grubach. El timbre sonó como una alarma de incendios.
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