El Número 17 - novela policial

 

capítulo 5

-Mejor vamos a la cafetería, López- dijo Grubach con tono de frustración.
-Sino fuera por casos como estos la cosa sería bastante aburrida, viejo- agregó López mientras se retiraban luego de firmar en la mesa de entrada de la seccional.
- Claro. Eso siempre y cuando las víctimas sean números, desconocidos, parte del trabajo.

López no contestó y con una mueca de indiferencia convidó un cigarrillo a su compañero.

La cafetería, mantenía su aspecto de madrugada. Lucy, dormitaba sobre la barra después de una noche larga de servir café y comidas rápidas. El dueño: un hombre gordo, de dorada cadena al cuello, simpático sólo con los viejos clientes y con los codos apoyados sobre la registradora les dio la bienvenida.

- Venimos a arrestar a un gordo que levanta apuestas- soltó López con cara de humorista mediocre.
- Volviste a perder, policía- respondió el lustroso sujeto con una sonrisa que mostraba la ausencia de algunos molares.
Lucy se desperezaba sobre el mostrador: -¿Qué van a tomar?
- Dos cafés- respondió Grubach mientras se acomodaba en la barra.
- No tendrían que andar por ahí atrapando ratones- siguió, con tono de broma, el gordo.
- Ehhh, no todo es trabajo, amigo; a veces los dejamos descansar- cerró el diálogo López.

Grubach estaba preocupado y se le notaba; López parecía más relajado. Cuando estaban terminando el café las luces azules de un móvil policial entraron por los ventanales barriendo todo el paisaje de la casi desierta cafetería.
- Ah, trajeron refuerzos, muchachos- dijo el gordo como para dar aviso.

Dos oficiales entraron al local y saludaron a los cuatro trasnochados.

- ¿Alguna novedad?- preguntó López.
- No señor- respondió uno de los oficiales.
- Dos cafés- agregó el otro uniformado dirigiéndose a Lucy.

Grubach pagó y López hizo un par de malos chistes antes de retirarse.

Los inspectores se saludaron en la puerta de la cafetería y cada uno se dirigió a sus vehículos.

Después de un rato Grubach volvía a su departamento. Entró con el papel que el jefe les había dado en la seccional en las manos. Eran las 6: 30 a.m..

Grubach se sentó en el borde de la cama y trataba de leer más de lo que el papel decía: «Que más da, ya no van a sufrir, gracias a mí encontraron la luz». Estrella dormía, amanecía y por la ventana entraban los primeros rayos del sol. «Tengo que arreglar esa maldita persiana» pensó Grubach. El timbre sonó como una alarma de incendios.

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EL NÚMERO 17 - por D. RIPER -

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