El
inspector aceleraba el Chevrolet '71 como si eso le ayudara a aclarar sus pensamientos. La
ciudad jamás había tenido un caso como éste. Reviso mentalmente casi cien años de
historia policial local: la guerra entre dos familias mafiosas allá por el '40, el
matricidio de Garrison, el caso de las dos prostitutas ahorcadas por su proxeneta, el robo
al banco central a mediados de la década del '60, el diller que apareció flotando cerca
de los muelles del oeste ...
Grubach fue y vino con su pensamiento a través de los casos
más resonantes y verificó que por primera vez, la ciudad, estaba frente a un asesino
serial. Asesinatos en serie- pensó -el único vicio criminal que hasta el momento
diferenciaba a las grandes urbes de aquella pequeña ciudad portuaria.
El inspector volvió al lugar donde había aparecido la última víctima. Habló con
algunos conocidos de la mujer que había encontrado su final en aquel paraje. Ella llevaba
una vida triste y sombría, trabajaba desde el amanecer hasta la noche, tenía tres hijos
que quedaban al cuidado de su hermana, su padre estaba enfermo y lo que ella ganaba apenas
alcanzaba para los remedios, su marido la había abandonado cuando el más pequeño de los
niños tenía tres meses; la lista de datos que la volvía inmune a cualquier envidia se
extendían casi hasta el infinito.
Grubach tomó el camino hacia la seccional. Cinco muertos: el vagabundo, aquel ciego, ese
mafioso de poca monta, la prostituta de la esquina del hotel Continental y ahora, esta
mujer, una obrera cuyo rasgo más llamativo a lo largo de toda su vida fue la forma en que
fue asesinada. Los cinco, daban vueltas en la cabeza del inspector: ¡sí tuviera una
punta para empezar a investigar!- pensó, tratando de combinar una lógica que relacione
los asesinatos.
Llegó a la seccional, el ambiente estaba cargado, caras largas, el jefe no salió del despacho,
López tomaba café de la máquina, en oficial de guardia trataba de conformar a los pocos
periodistas que se habían enterado del caso casi al mismo tiempo que la policía. Grubach
se sentó sobre el borde de su escritorio y encendió un cigarrillo. Esperaba la voz de
trueno del jefe llamándolo para que le diera el informe cuando sobre el escritorio vio un
sobre a su nombre.
-¿Quién trajo esto?- preguntó Grubach sin mirar a nadie.
López, que era el único que estaba cerca, se limitó a levantar los hombros y a seguir
sorbiendo del vasito plástico.
Grubach abrió el sobre y leyó. Parecía interesado, López lo miraba como tratando de
ver si su rostro reflejaba el contenido de la carta.
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