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El Pirata | 21 de abril de 2014 | ECDQEMSD

Bienvenidos a En Caso de Que el Mundo se Desintegre.

El escritor apareció en la puerta de su casa en su último cumpleaños como para despedirse sonriente. El jueves santo siguiente, igual que cuando Úrsula en Macondo, llovieron mariposas amarillas y al día siguiente la ciudad tembló.

Es imposible no encontrar pedazos del escritor en muchas historias que se han contado, se cuentan y se contarán en este espacio. Es imposible no identificar relatos de la América profunda, de nuestros muertos y nuestros vivos, de nuestra cultura y nuestra relación con la vida y la muerte, en cientos de mensajes. Mensajes que no tendrán la exactitud del periodista o la exquisitez narrativa del escritor, pero que ineludiblemente nos funde en ese realismo mágico.

¿Y qué más hizo él que ordenar un poco todo eso, hacerlo letra, enviar un mensaje para hacer visibles esas historias?

Después de todo, como él dijera, "la vida no es lo que uno vivió sino lo que recuerda y como la recuerda para contarla".

El Coronel no tiene Quien le Escriba: "Eran las siete y veinte cuando acabó de dar cuerda al reloj. Luego llevó el gallo a la cocina, lo amarró a un soporte de la hornilla, cambió el agua al tarro y puso al lado un puñado de maíz. Un grupo de niños penetró por la cerca desportillada. Se sentaron en torno al gallo, a contemplarlo en silencio. No miren más a ese animal -dijo el coronel-. Los gallos se gastan de tanto mirarlos. Los niños no se alteraron. Uno de ellos inició en la armónica los acordes de una canción de moda. -No toques hoy-, le dijo el coronel. -hay muerto en el pueblo- El niño guardó el instrumento en el bolsillo del pantalón y el coronel fue al cuarto a vestirse para el entierro".

¿Qué más hizo que contar lo que en cada alejado pueblo latinoamericano murmuran las callejuelas, susurra el campo, resuena en las fiestas patronales, hace eco en los nacimientos y funerales?

Un libro nunca escrito se da cita cada día aquí con mayor o menor excelencia. Caminos de terracería, inmigrantes culebreando en el desierto, pedidos de mano sorprendentes, aves de corral como muñecas, cuerpos colgando de los puentes, los platos favoritos de los que están en el panteón, Latinoamérica de ríos, montañas, arenas, calores sofocantes, fríos estremecedores, mares y lagunas, tierra fértil y sequías con epidemias sin consuelo.

Esa soledad de América Latina que aparecía en su discurso de 1982 al recibir el Nobel de literatura: "Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad".

Y si das una vuelta por la Latinoamérica profunda desde la Argentina, Uruguay, Brasil hasta México, desde Chile hasta Colombia, desde el caribe pasando por Honduras, Guatemala, Costa Rica, Nicaragua, El Salvador, desde Perú, Ecuador, Venezuela, Panamá y hasta los barrios bajos de los países donde otra lengua es la que se habla, vas a encontrar un detalle ilógico para la realidad del día a día, esperanza y sueños.

Básicamente porque resistimos, nos resistimos a pensar que ya el destino está escrito aunque aparezca cada día en las noticias con letra desmesurada. Así como lo dijo él en el mismo discurso .... "un día como el de hoy, mi maestro William Faulkner dijo en este lugar: me niego a admitir el fin del hombre. No me sentiría digno de ocupar este sitio que fue suyo si no tuviera la conciencia plena de que por primera vez desde los orígenes de la humanidad, el desastre colosal que él se negaba a admitir hace 32 años es ahora nada más que una simple posibilidad científica. Ante esta realidad sobrecogedora que a través de todo el tiempo humano debió de parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra".

¿Cómo vemos la tierra? Inútilmente triste como si el escritor no hubiera ya cumplido con todo lo que debía cumplir. Como si no hubiera escrito nunca cosas como esta:

Cien años de Soledad: "Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarías con el dedo".

Si de algo, que es mucho, sirvió que ese colombiano nos anunciara con su muerte que ya no iba a escribir más, o mejor, que ya había escrito todo lo que pudo, fue que durante varias horas, días, en la televisión, en las radios, en los diarios y revistas, en muchas de las conversaciones iluminadas por un trago, estallaran parte de su textos.

Ahí seguía la Semana Santa, ahí las noticias del mundo, ahí las guerras, la crisis, los deportes, el espectáculo, la política y las tragedias del Vía Crusis cotidiano. Pero sonaban también cosas como está:

El Amor en Tiempos de Cólera: "El tercer día de camino, una mula enloquecida por los tábanos se desbarrancó con su jinete y arrastró consigo la cordada entera, y el alarido del hombre y su racimo de siete animales amarrados entre sí continuaba rebotando por cañadas y cantiles varias horas después del Desastre, y siguió resonando durante años y años en la memoria de Fermina Daza. Todo su equipaje se despeñó con las mulas, pero en el instante de siglos que duró la caída hasta que se extinguió en el fondo el alarido de pavor, ella no pensó en el pobre mulero muerto ni en la recua despedazada, sino en la desgracia de que su propia mula no estuviera también amarrada a las otras".

No fue el único escritor ni será el último, de hecho con él ocurre lo que con los distinguidos, después de leer cosas que sientes tan tuyas piensas "esto podría haberlo escrito yo". Pero fue él quien lo hizo, el quien nos quito de encima ese trabajo descomunal de escribir para siempre mientras nosotros escribíamos el día a día.

El Coronel no Tiene Quien le Escriba: " -Es un gallo que no puede perder.
-Pero suponte que pierda.
-Todavía faltan cuarenta y cinco días para empezar a pensar en eso -dijo el coronel.
La mujer se desesperó. -y mientras tanto qué comemos-, preguntó, y agarró al coronel por el cuello de franela. Lo sacudió con energía. -Dime, qué comemos.
El coronel necesitó setenta y cinco años -los setenta y cinco años de su vida, minuto a minuto- para llegar a ese instante. Se sintió puro, explícito, invencible, en el momento de responder: -mierda."

Gabriel García Márquez influyó y fue influido. Escuchó y contó. Hizo todo de tal manera que es inevitable sentirlo tan cercano. Su talento, contarnos sobre el pueblo en el que siempre hemos vivido y no conocimos hasta que él nos lo puso enfrente.

¿Para que escribimos mensajes a riesgo de no ser leídos, para que nos comunicamos y llevamos adelante el mismo ritual cada día intentando rescatar lo que somos y no vemos?

¿Para que anunciamos que lo que hacemos lo hacemos en caso de que el mundo se desintegre a la vez que soñamos con que eso nunca ocurra?

Por lo mismo que él escribía. Una respuesta sorprendentemente simple. Para que sus amigos lo quieran más.

Damas y caballeros, bienvenidos al caos total!!!!!

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