Si un humano común estuviera aislado del mundo y su único contacto social fuera a través de una cuenta de correo electrónico, llegaría a la conclusión de que la civilización del siglo XXI tiene entre sus preocupaciones más sublimes “El tamaño del pene”, "La Caída del Cabello" y "La mejora del rendimiento sexual". Después de todo, quizás asi sea.
Chekeando una cuenta de correo, cualquiera sea el usuario, encontrará no menos de una docena de propuestas diarias para alargar el tamaño de su miembro sexual. La desilusión general al verificar con ilusión renovada lo que llega a nuestras direcciones de correo es conocida por todos: 10 virus, 5 promociones de vacaciones en el caribe, 15 publicidades de pastillas para mejorar el rendimiento sexual, 5 reenvios de alguien que no sabias estaba en tus contactos, 12 presentaciones de sitios porno, 1 carta de un ex mandatario africano que te ofrece una cuenta de millones de dólares y un mensaje ofreciendo algo para tu PC.
Te has pasado borrando 48 mensajes. Tu casilla estaba poblada y ahora vuelve a la soledad. Por un minuto uno conserva la tensión sobre el ratón imaginando que de los 50 mensajes al menos 10 serán de “algo”: una respuesta, un amigo, un mensaje importante. Los segundos transcurren y nos conformamos con que al menos 5 de aquellos escritos sean valorables, 4, 3, 2, 1, otro día inundado de comunicación sin valor. ¿Deberé alargar el tamaño de mi pene?
Pero entre tanto cartel que nos invade en la autopista virtual, también está la opción fabulosa del chat. Ese lugar donde se tejieron historias fabulosas del tipo: un Brasileño que conoció a la mujer de su vida, una sueca depresiva, y hoy viven felices en el caribe, tienen diez hijos y se conocieron por internet.
Quince minutos para pensar un nick, 2 horas para encontrar a alguien afín entre puteadas, aguante X equipo de fútbol, declaraciones xenofobicas y palabras soeces; media hora para hablar de todo y nada, y cinco minutos para que las distancias vuelvan a sentirse.
Claro que tanto los mensajes por correo electrónico como el chat han servido más de una vez para hacer facil lo difícil, para acortar distancias infranqueables y para llevar adelante fabulosas historias que hubieran llevado décadas a punta de pluma y tinta. Pero siempre la potencia de las nuevas tecnologías trae consigo cosas impensables y surrealistas.
Imaginese encontrando en el buzón de su hogar veinte cartas por día de las cuales la mitad son anónimos que le proponen alargar el tamaño de su miembro sexual. Imagine a Graham Bell recibiendo un llamado de una grabación que le dice “bienvenido a nuestro call center” o dándole opciones del tipo: para compras marque 1, para reclamos marque 2, para informarse sobre su saldo de cuenta marque 3, para esperar en línea marque 4.
Igualmente sea la parte positiva o negativa la que se quiera rescatar de todo esto (de ser un usuario con casilla) lo cierto es que la frustración que me invade cada vez que verifico mis mensajes es del tamaño de Australia. Y sé que no soy el único, y se que cuando usted chequea sus mensajes también termina con la secreta sensación de “que solo estoy en el mundo”, “que desierto tan grande se ha generado en está selva de mensajería”.
¿Deberé alargar el tamaño de mi pene? ¿Deberé adquirir pastillas para mejorar mi rendimiento sexual? ¿Esas chicas desnudas existen en la vida real?
Quizás esos mensajes me estén queriendo decir algo: Chico, dedícate a cosas que te causen placer y deja de ver que le envían a tu “yo usuario” en este mundo virtual de casillas de correo que no se rompen a batazos desde un automóvil los días que queremos sentirnos violentos. Chico, no prestes atención a tu yo virtual perdido en la selva y mirate al espejo del oasis que puedas creear en el desierto de esta realidad.
por José M. Pascual
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