Los
inspectores del Partido Nacional Socialista están reunidos con Hitler, trasnochados y con
un animo nada festivo sus rostros muestran una mezcla de depresión e impotencia bien
coloreada por el humo de cigarros y posturas incomodas. El Partido peligra y con el un
trabajo arduo que llevó como consigna el todo o nada.
El Doctor Ley llama desesperado: La situación se agrava hora en hora. Strasser y Hitler dejaron evidenciadas sus discrepancias ante el Partido, discrepancias que habían pasado desapercibidas por el objetivo en común de acceso al poder. Para agravar la situación interna del NSDAP las ultimas elecciones lo habían encontrado frente a la ruina económica. La industria ya no acercaba dinero, los alquileres de las oficinas estaban retrasados y sin posibilidad de financiar todo el aparataje; Strasser ve como todo se sumerge en un pantano, un laberinto cuya posible salida sea únicamente la colaboración con el gobierno. Hitler sostiene su propuesta de conversación con el gobierno de Schleicher a fin de ganar tiempo y pensar en otra posible jugada. Pero el tiempo parece ir resbalando por un tubo, 24 horas más tarde se entera de que Schleicher ofreció a Strasser (su jefe de organización) los cargos de vicecanciller y la presidencia del consejo de ministros de Prusia. Excelente movida; la conversación de esa noche de domingo era el embrión de la inminente disolución del NSDAP. Strasser no solo no rechaza la oferta sino que aporta otra muestra evidente del resquebrajamiento interno comentando la posibilidad de proponer una lista propia para las próximas eventuales elecciones.
Goebbles, jefe de propaganda del partido comentó: Esta es la peor traición al Führer y al partido. A mi no me toma de sorpresa; nunca he esperado otra cosa de él.
Las horas transcurrían en una atmósfera similar al desenlace de una partida de ajedrez:
sospechas, miradas cruzadas, exaltadas muestras de fidelidad, proyectos hilvanados para
encontrar una salida a una situación con un horizonte tan negro que prestaba a la
confusión generalizada. El Reichstag (congreso) es el campo de batalla, allí no hay
descanso; cada palabra, cada discusión, cada discurso, dispara otra muestra de las
dificultades de encontrar una salida.
Al mediodía Hitler recibe una carta de Strasser donde le informa que dimite de todos los
cargos dentro del partido. Strasser decidió su movimiento, es tiempo de serenarse, se
abre, conforme con su cargo de ministro cierra así la violenta discusión que con el
Führer había mantenido apenas ayer.
Hitler se sienta en su sillón favorito buscando la forma de anular el mecanismo de esa bomba que era la carta de Strasser. Antes de que la desesperación lo invada, de la misma manera que había invadido al resto del partido, un pensamiento lo abordó. Nadie conocía la carta y sí lograba que Strasser no dimitiera de los cargos dentro del partido podría salvar al mismo de la disolución.
Hitler vuelve al hotel a la medianoche. El lugar es un verdadero avispero, idas, venidas,
pasos, ruidos nerviosos, consejos, propuestas; Hitler no escucha a nadie, la decisión
esta tomada: Strasser tiene que retirar su dimisión. Para aumentar la presión, que ya
estaba por las nubes, Hitler se da cuenta que el Jefe de organización partidaria tiene
muchos más seguidores de los que él imaginaba. Ahora la urgencia pasa por hacer
concesiones con Strasser, quien consciente o inconscientemente, tenía en su puño el
destino del partido.
Solo quedaba levantar el teléfono para reconocer ante Strasser que el partido estaba
dispuesto a seguir, ya que no había otra salida, sus recomendaciones.
La mano levantó el tubo del teléfono y marcó el número, sonó una vez, dos tres, varias. Del otro lado nadie contestaba. Se repitió la operación, de un lado estaba el Führer dispuesto a decirle a Strasser que le suplicaba repensar su decisión, del otro, nadie, una habitación vacía, silenciosa y oscura.
Los nervios más templados comienzan a dar muestra de presencia, movimientos inquietos, manos transpiradas, gorras que se quitan y se ponen en un solo movimiento, botones que se desabrochan, pies inquietos que hacen ritmos telegráficos contra el piso de madera de la habitación del hotel donde se hospedan los hombres del NSDAP.
Como la comunicación telefónica no había resultado, se envían unos correos al hotel de Strasser. De regreso se muestran transfigurados: el jefe de organización del Reich desapareció. En el Excelsior hotel solo sabían que había pagado la cuenta. Pero no podía haberse ido a Munich donde tiene su familia ya que esta hora no había trenes con ese destino. Tercer intento en dar con él: un grupo de motociclistas nacionalsocialistas (NSKK) cruza toda la ciudad de Berlín buscándolo; despiertan a sus conocidos, acuden a los locales que él suele frecuentar, pero no hay ni rastro del hombre.
El jefe de organización del Reich, de quien dependía todo el aparato partidario y a quien Hitler en esa noche del 8 de diciembre de 1932 estaba dispuesto a reconocerle cualquier concesión, no aparecía por ningún lado.
Strasser estaba en un bar pequeño ubicado en las cercanías de la estación de trenes de Anhalter. Había dejado sus maletas en la consigna de la estación y decidió caminar un poco ya que sobraba tiempo hasta que el tren a Munich partiera. En su caminata encontró a un amigo con el cual se sentó en el bar de la esquina a tomar una cerveza bávara y charlar de cosas de la vida. Pasa allí las horas hasta la salida del tren que aborda justo en el momento en que los últimos correos llegan al hotel Kaiserhof para informar a Hitler que no habían podido encontrarlo.
Hitler está desesperado: Si se divide el partido en tres minutos me daré muerte con la pistola.
No hay salida, el Fürer esta ante la peor encrucijada que su camino, desde agente de la Reichswehr a jefe del partido más fuerte, le haya puesto delante.
Hitler no cumple su promesa de volarse la cabeza de un tiro. A la mañana el periódico Tägliche Rundschau publica un artículo sobre la dimisión de Strasser de todos los cargos dentro del partido. El secreto se devela, es tarde para concesiones, la opinión pública esta informada, la noche de anoche fue solo un frustrado intento de que nunca llegara la mañana de hoy.
La música ya suena, hay que bailar, no hay vuelta atrás. En una especie de manotazo
desesperado los máximos del partido se reúnen para optar por la única posibilidad:
reestructurar el aparato partidario. Noches largas, amargura, insomnio. Hitler llega a la
conclusión de que ya no tiene que temerle a Strasser. Este ultimo viajo de vacaciones a
Italia con su familia para descansar un poco de estos últimos tiempos ajetreados.
Strasser cometió un error en sus movimientos, esas vacaciones significaron un suicidio
político.
Hitler ahora puede hablar de traición para ganar adeptos. Un año y medio más tarde
Strasser es asesinado por las SS de su ex secretario Heinrich Himmler.
Si los correos motorizados lo hubieran encontrado, si él no hubiera dimitido, si no hubiera capitulado sin motivo, si el periódico no hubiera publicado ese articulo, si Strasser no hubiera decidido unas vacaciones... ; la historia hubiese sido quizás muy distinta para Hitler, para Strasser, para Alemania, para el mundo. Para aquellos que murieron quizás a causa de la poca intención que tuvo Adolfo Hitler de cumplir con su palabra cuando dijo: ...en tres minutos me daré muerte con la pistola.
Lamentablemente, para algunos, tres minutos pueden transformarse en más de una década.
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